miércoles, 20 de agosto de 2014

Había una vez...

Había una vez un bosque lleno de vida. Las estaciones pasaban por él cambiando su aspecto, pero en el fondo el bosque siempre era el mismo.

La primavera sacaba sus colores más vivos. Pequeños brotes surgían por doquier y pasos ansiosos recorrían sus recodos. El cielo se empezaba a ocultar tras las hojas verde jade. Altos como lanzas, los árboles se mecían al viento y semillas volaban sin rumbo.

El verano era caluroso, pero a su cobijo no lo aparentaba. Las copas de los árboles tapaban el ardiente sol y la escasa brisa que soplaba se colaba entre los troncos, bailando una danza cansada. Cierto sopor se adueñaba de las horas centrales del día y por la noche el baile se retomaba entre ramas y troncos. El suelo verde oscuro frente a un cielo lleno de estrellas.

El otoño aparecía sin ser visto. Se colaba noche a noche y una tarde la piel vibraba al sonido de las hojas bailando una danza mágica. Y la brisa se tornaba viento que jugaba con las hojas, con las ramas. Olor a lluvia que prometía llegar. El cielo que cada vez más se entreveía entre las ramas en forma de rayos de luz. Y las ramas desnudándose.

Y el invierno era blanco silencio. Con pisadas en la nieve y plantas que resistían. Era el viento ahora ventisca y la luz apenas día. Lunas llenas que iluminan troncos desnudos y otros perennes.


Y así sin más, una y otra vez jugaban las estaciones.

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