Me gusta dejar las cosas bien cerradas. Reconozco que soy cabezona y terca, pero se reconocer un final. No cualquier final, sino el definitivo. Y casi lo agradezco. Agonizar es un estado horrible. Las dudas, el fantasear con lo que no hay.
Así que ahora me siento ligera, como si me hubiera quitado un peso de encima.
William me sigue queriendo y me lo demuestra con cada mordisco y también cuando se duerme en mis piernas. Esta aprendiendo a ser casero, aunque sus genes son pura calle.
Y yo no pienso conformarme con menos de lo que imagino.
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